Hoy me ha pasado algo maravilloso. Dast ha muerto en mi presencia. No es que me alegre de su muerte, nada de eso. Pasé los últimos años haciendo la vida imposible a ese pobre infeliz. No eran grandes bromas, pero las tomaba con especial intensidad, y eso me divertía. Nos veíamos poco, tal vez cada dos o tres semanas, pero pasaba una hora o dos preparando nuestro encuentro. Le encontraba cierto placer, porqué no decirlo. Siempre pensé que me odiaba un poco, tal vez envidia. Pero jamás imaginé que me pediría algo semejante. Al principio lo vi una burrada, y me levanté para irme, pero mis piernas no llegaron a enderezarse del todo. Nadie tan solo como él pediría algo como lo que acababa de pedirme sin pensarlo más de dos veces. Así que ahí estaba yo, sentado, haciéndole más suave el adiós, contándole sandeces mientras ese hombre se desvanecia sudoroso. Creo que fue instintivo, pero creía debérselo y le expliqué como había conseguido hacerle la última jugarreta. Sus ojos, que a duras penas se sostenían sin estremecerse solos, brillaron. Y se despidió de la mejor manera que podía hacerlo, al menos conmigo. Sonrió.